domingo, 25 de junio de 2017

Prunus lusitanica, el antediluviano y bellísimo Laurel de Portugal

Sus ramas tienen una gran facilidad para echar raíces.

A pesar de su nombre, no es un laurel ni vive exclusivamente en Portugal. Este árbol de Laurisilva en realidad es un ciruelo silvestre. Habita naturalmente en el sudoeste de Francia, en el norte de España e Islas Canarias, en Portugal continental y en sus islas de Madeira y Azores y en Marruecos. Se considera una reliquia vegetal, un auténtico fósil viviente de los exuberantes bosques de Laurisilva que hace millones de años cubrían gran parte de Europa, Norte de África y las islas de la Macaronesia, cuando en la Tierra reinaba un clima mucho más cálido y húmedo que en la actualidad.

Los botánicos dividen la especie en tres subespecies:

-Prunus lusitanica subsp. lusitanica--> Europa continental y Marruecos.
-Prunus lusitanica subsp. hixa--> Islas Canarias y Madeira.
-Prunus lusitanica subsp. azorica--> Archipiélago de las Azores.

He aquí algunas imágenes de las tres subespecies:

 Prunus lusitanica subsp. lusitanica en plena floración a principios de mayo en el Real Jardín Botánico de Madrid. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.

Detalle de las flores del Árbol Loro o Laurel de Portugal anterior.

Brote primaveral de Prunus lusitanica subsp. hixa, llamado Hija o Loro Canario, fotografiado en el Jardín Botánico de Córdoba a mediados de mayo.

Detalle de la inflorescencia del Loro Canario o Hija anterior.

 Joven Prunus lusitanica subsp. azorica creciendo en un bosque costero de la isla azoriana de Faial, cerca de la ciudad de Horta.

Lustrosa hoja del Loureiro azoriano anterior.

 Brote florido de un Prunus lusitanica subsp. azorica, fotografiado en el fantástico Jardin Botánico de Faial a principios de mayo.

 Frutos todavía verdes de un Loureiro azoriano.

Frutos maduros del Prunus lusitanica subsp. azorica anterior. Como muchos frutos de los árboles de Laurisilva, los del Prunus lusitanica tienen el tamaño y la forma ideales para ser tragados enteros por las aves frugívoras, las cuales, tras digerir la pulpa, regurgitan o defecan la semilla lejos de la planta madre para expandir la especie y mantener vivo y en continua renovación el bosque de Laurisilva.

Como os decía al principio, el Prunus lusitanica, en cualquiera de sus tres subespecies, tiene una gran facilidad para echar raíces por el simple contacto de una rama baja con el suelo. De esta manera cada rama enraizada se transforma con el tiempo en un nuevo árbol unido a su madre. Se llega a formar así un bosquete en el que todos los árboles están unidos entre sí y son en realidad un sólo individuo.

 Esta facilidad para echar raíces la conoce bien mi amigo Jaume, que tiene un hermoso ejemplar en su jardín de Son Vivot. El mismo día que vino con Matilde a hacer dos acodos aéreos a uno de mis árboles Mundani, le hizo un acodo aéreo a su Prunus lusitanica subsp. lusitanica para regalármelo. Y ahí lo tenéis ya enraizado y a punto de ser sembrado en mi jardín en su lugar definitivo.

Fijaos en las vigorosas y numerosas raíces que ha echado tras 75 días del acodado.

 Le he buscado un lugar con sol por la mañana y sombra al mediodía y por la tarde, ya que al Laurel de Portugal le gusta la luz pero no el sol intenso y directo. Una gran encina que sembró mi madre de una bellota dulce hace 33 años, la que se ve a la izquierda, le dará sombra y le ayudará a adaptarse y a soportar el tórrido y reseco verano mediterráneo.

Jaume eligió una rama en forma de arbolito para hacer el acodo y la verdad es que acertó. Se ve hermoso, ¿verdad?

martes, 20 de junio de 2017

Pan con tomate, brevas albacoras y jamón

Un plato de verano refrescante y delicioso

La higuera Albacor, Albacora o Bacorera hace más de mil años que se cultiva en la Península Ibérica y en las Islas Baleares. Su nombre proviene del árabe andalusí Al-Bakurah, que significa la primera fruta, la más tempranera, por sus brevas que maduran muy pronto a finales de la primavera. Nuestros antepasados musulmanes, de los cuales no debemos estar avergonzados sino bien orgullosos, hablaban la lengua andalusí en toda la región llamada Al-Ándalus, que abarcaba el sur de Cataluña y Aragón, toda Valencia (Balansiya, en andalusí), Castilla-La Mancha, Extremadura, Murcia (Mursiya, en andalusí) y toda Andalucía y desde el Algarve portugués (Al-Garb, en andalusí, que significa el occidente del Al-Ándalus) hasta las Islas Baleares. Todas las llenguas habladas actualmente en la Península Ibérica se enriquecieron con miles de palabras del dialecto andalusí que se hablaba en Iberia, que era una mezcla de árabe y latín vulgar con fuertes influencias de las antiguas lenguas celtibéricas. Palabras tan bonitas como albacor, utilizada sobretodo en Valencia y las Islas Baleares, son un legado directo del andalusí.

Su preparación ya no puede ser más sencilla. Seguidamente os la explico paso a paso.

Ayer mi amiga Xesca me regaló estas fantásticas brevas Albacor. En mi huerto tengo una higuera de esta antiquísima variedad, pero este año se ha mostrado perezosa y sólo me ha dado cuatro brevas, mientras que la suya está cargada de frutos, grandes y jugosos, como podéis apreciar ampliando la imagen con un doble click.

Cuando las vi tan apetitosas me entró un deseo irresistible por probarlas y se me ocurrió prepararme un almuerzo veraniego de pan con un tomate Raf (pamboli, le llamamos en Mallorca al pan con tomate, aceite y sal), brevas albacoras y jamón serrano, todo regado con un generoso chorreón de aceite de oliva virgen extra. 

Compré una barra de pan y partí media dentro de un plato alargado.

Por encima distribuí lonchas de tomate Raf, que estaba bien maduro y desprendía un aroma delicioso. Seguidamente les eché sal y las regué con un buen chorro de aceite.

Escogí las brevas mas maduras y las corté a rodajas más bien gruesas, distribuyéndolas por encima del tomate y regándolas con otro chorreón de aceite. Las brevas y los higos deben comerse sin pelar. Justo debajo de la piel concentran una gran cantidad de vitaminas y antioxidantes antienvejecimiento y anticancerígenos. Son un chupinazo de vida, que no debe desperdiciarse.

Finalmente completé el plato con media docena de lonchas de jamón serrano.

Os aseguro que disfruté como un enano. ¡Vaya almuerzo mas rico! Me hubiera zampado dos platos. ¡Muchas gracias, Xesca!

¡Buen provecho, amigos!



domingo, 11 de junio de 2017

Acodo aéreo de Árbol del Coral sudafricano

El Árbol del Coral sudafricano, Erythrina caffra, es una hierba leguminosa de porte arbóreo. Sus tejidos son herbáceos, muy jugosos y poco lignificados, pero alcanza una gran altura con una copa amplia muy ramificada.

  Lo más llamativo son sus flores rojo-anaranjadas que se abren antes de la brotación primaveral y parecen coral rojo , de ahí su nombre. 

El árbol en plena floración es espectacular. Parece estar en llamas, como éste que embellece un parque en las afueras de la ciudad de Elche en Alicante.

En mi jardín tengo dos árboles del Coral sudafricanos. Uno tiene 30 años y procede de una semilla traida por unos amigos de su viaje de novios a Kenia. El otro, el que véis en la imagen, procede de una semilla que me mandó una cyberamiga hace unos 12 años. La recogió en un parque de la bellísima ciudad andaluza de Málaga.

En Mallorca este árbol florece en abundancia, pero no cuaja ninguna semilla, tal vez por la ausencia de las pequeñas aves libadoras de néctar que son sus polinizadores en los bosques sudafricanos.

Al no ser posible su reproducción por semillas, se me ha ocurrido que tal vez podría hacerlo por el método de acodado aéreo. En la imagen podéis ver una de las dos ramas bajas que he escogido para acodarlas.

Todo el proceso empieza con la retirada de un anillo de corteza a través de dos cortes paralelos separados unos 3 ó 4 centímetros y unidos por otro corte longitudinal.

Los cortes en detalle.

Una vez retirada la corteza nos queda a la vista un anillo de cambium, que conviene rascar con la parte roma del cuchillo, para que no pueda regenerar una nueva corteza, obligándole así a formar raíces.

Seguidamente se coloca una bolsa de plástico grande alrededor del corte. Lo mejor es pasar la bolsa como si fuera un calcetín.

A continuación se ata fuértemente unos centímetros por debajo del anillo.

Y se procede a llenar la bolsa con esfagno, turba, tierra vegetal o en este caso fibra de coco humedecida. A continuación se ata la bolsa por su parte superior.

Se dan varias vueltas de rafia apretando la tierra contra el anillo para que contacte con él perfectamente. Se puede humedecer un poco más la tierra inyectándole varios jeringazos de agua.

Seguidamente se cubre con papel de periódico o con papel de aluminio, para aislar la tierra de la luz y facilitar así el crecimiento de raíces.

 
Aquí tenéis el primer acodo.

Y aquí el segundo.

Ahora hay que esperar tres o cuatro meses a que broten raíces del anillo. Cuando se transparenten a través de la bolsa de plástico y se vea una maraña de raíces, será el momento de separar el acodo aéreo cortándolo por debajo de la bolsa. Habremos obtenido así un nuevo árbol idéntico genéticamente a la planta madre, es decir, un clon.

Transcurridos ¡¡¡sólo 35 días!!! desde el 20 de mayo hasta el 24 de junio, ambos acodos aéreos han emitido una tupida maraña de raíces.

 ¡Qué hermosura de raíces!, ¿verdad?

Un servidor sosteniendo uno de los acodos de árbol del coral sudafricano, protegiéndome la mano con papel de aluminio para no pincharme con las espinas que recubren y protegen el tallo.


lunes, 5 de junio de 2017

Pitahaya amarilla, Hylocereus megalanthus

Las primeras pitahayas amarillas cultivadas y maduradas con éxito en Mallorca

El sábado mis amigos Jaume y Matilde me invitaron a cenar para degustar sus primeras pitahayas. Desde que abrieron sus primeras flores en octubre del año pasado hasta la maduración de sus frutos han pasado ocho largos meses. Jaume, el artífice de la hazaña, ya no puede estar más orgulloso de sus cactus trepadores colombianos.

En diciembre del año 2011 compré esta pitahaya amarilla procedente de Colombia en un mercado de Palma. Mi idea era sembrar sus semillas para cultivar este cactus tropical en mi jardín. Hacía bastantes años que ya lo había intentado en mi sencillo invernadero, pero las plantas, tras crecer de forma espectacular y abrir sus primeras flores, fueron atacadas por una plaga de araña roja y murieron fulminadas. Esta vez quería probar de cultivarlas al aire libre, creyendo que soportarían el clima subtropical de mi jardín con inviernos suaves sin heladas y veranos calurosos, pero los pequeños cactus que nacieron de las semillas morían quemados por las bajas temperaturas de principios del 2012 en cuanto los sacaba a la intemperie. Me quedaba sólo una maceta con diminutas pitahayas. Parecían bolitas de algodón depositadas sobre la tierra.

En una de las primeras visitas que mis amigos Jaume y Matilde realizaron a mi jardín les regalé el pequeño plantel de pitahayas amarillas, dado que ellos tienen un gran invernadero moderno donde cultivarlas con garantías de éxito. Y así ha sido.

Mirad qué preciosidad de pitahaya a los cinco años de la siembra. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.

La plantación al completo. Podéis ver las macetas donde Jaume enraiza trozos de los largos sarmientos del cactus para su multiplicación vegetativa.

Aquí tenéis al artífice, el primer mallorquín en cultivar con éxito este cactus sudamericano.

Las pitahayas, como todos los cactus, realizan la fotosíntesis de una manera muy particular. Recibe el nombre de CAM (metabolismo del ácido crasuláceo) y es una adaptación de los cactus al clima extremadamente caluroso y seco en el que viven. Su finalidad es ahorrar agua.

Durante el día los estomas que se encuentran en la superficie de las tres caras de los largos sarmientos del cactus trepador permanecen cerrados, evitando así la pérdida de agua por evapotranspiración. Por la noche se abren para captar el CO2 del aire y almacenarlo en las vacuolas del interior de sus células. Al hacer mucho frío, como ocurre en los desiertos por la noche, la pérdida de agua por los estomas abiertos es mínima. A la mañana siguiente con la salida del sol los estomas se cierran herméticamente y empieza entonces la captación de la energía solar por los cloroplastos, que a través de diferentes procesos químicos la transfieren a las vacuolas en cuyo interior está almacenado el CO2 captado durante la noche. Allí con la ayuda de la energía solar se combina el dióxido de carbono con el agua y el cactus sintetiza así los azúcares o hidratos de carbono precursores, que los orgánulos del interior de las células cactales utilizan como materia prima para sintetizar a partir de ellos todas las sustancias necesarias para su metabolismo.

Los primeros capullos florales iniciaron su crecimiento en octubre del año pasado.

Capullo floral alargándose en un largo tubo en cuyo extremo se abre la gran flor blanca al cabo de unos días. En la base se encuentra el ovario que se transformará en un fruto carnoso. (Fotografía cedida por Matilde).

Los capullos se van alargando hasta alcanzar una longitud de unos 30 - 40 centímetros. Al principio crecen verticales, pero en cuanto se abre la flor adoptan una posición horizontal.

Flor de pitahaya amarilla abierta manualmente para mostrar los órganos reproductores. La flor, antes de abrirse a últimas horas de la tarde, deja asomar el largo estigma en forma de pulpo verde por la pequeña abertura de los pétalos todavía cerrados. De esta manera los polinizadores, que vienen con el cuerpo cubierto de polen procedente de otras flores, para acceder al interior de la flor donde está el néctar deben pasar rozando el estigma femenino con su cuerpo, pegándose al ramificado órgano femenino los granos de polen de otras flores. Queda así polinizado evitando de esta manera la autopolinización y por ende la endogamia, aunque en el caso de que la flor no quede polinizada con polen ajeno, en último extremo acepta su propio polen, ya que es una planta autofértil.

La flor tiene pues una corta fase femenina de sólo unas horas que se corresponden con el atardecer, en la que el estigma femenino es receptivo y los propios estambres permanecen sin madurar, lo que en botánica recibe el nombre de protoginia. Pasadas estas horas, tanto si la flor ha sido polinizada con el polen de otras flores como si no, los estambres maduran sus anteras y empiezan a dispersar el polen, el cual es capaz de fecundar el estigma de la propia flor, siempre que un polinizador natural o un agricultor con un pincel o la propia mano lleven el polen de las anteras de los estambres hasta el estigma. Esta última técnica es la que utilizan los campesinos sudamericanos de Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela para polinizar manualmente las flores de sus grandes plantaciones de pitahaya, tanto amarilla como roja. Simplemente meten los dedos de una mano dentro de cada flor removiendo las anteras e impregnándose de polen y así van pasando la mano de flor en flor realizando una polinización cruzada que facilita el intercambio genético. Con esta curiosa y sencilla técnica manual consiguen que prácticamente el 100% de las flores queden polinizadas y obtienen con ello una gran producción de frutos.

En la naturaleza los polinizadores de las pitahayas en las primeras horas del atardecer y durante la noche son polillas o mariposas nocturnas de gran tamaño y murciélagos golosos del abundante y rico néctar que la planta produce como reclamo. Y ya de madrugada con las primeras luces del alba son sustituidos por las abejas melíferas que acuden presurosas a desayunar un sorbito de néctar, llevándose consigo también un par de bolitas de polen de pitahaya en sus patas traseras.

 Jaume y Matilde polinizaron las flores de sus pitahayas con la ayuda de un pincelito de acuarela, pues como es lógico en Mallorca no hay ni polillas gigantes ni murciélagos libadores.

El estigma femenino, de un bellísimo color verde pistacho claro, tiene forma de anémona de mar para aumentar al máximo su capacidad de captación del polen. Los estambres son muy numerosos y acaban todos en su extremo en una antera amarilla cargada de polen.

La superficie de los brazos del estigma es velluda y pegajosa, de manera que si se le pega un grano de polen, inmediatamente germina como si de una semilla microscópica se tratase, echando una larga raíz en forma de tubo que penetra en los tejidos del brazo del estigma, llega al largo estilo y continua penetrando hasta alcanzar el ovario en la base de la flor. Entonces transfiere su material genético haploide a un óvulo haploide y se produce la fecundación, dando lugar a una semilla diploide.

La flor de las pitahayas, tanto amarilla como roja, es la más grande de todas las Cactáceas. Sus grandes pétalos blancos rodean los órganos reproductores como una madre acoge a sus hijos en su regazo. Más atrás una corona de sépalos muy largos de color verde-amarillento ayudan a los polinizadores a encontrar la fuente del delicioso perfume que exhala la flor.

La flor se dispone horizontalmente para facilitar la polinización de las polillas nocturnas y los murciélagos, que acuden volando a libar el néctar situado estratégicamente al fondo de la flor, obligándoles a pasar por encima del estigma y las anteras.

En cuanto el espinoso ovario ha sido fecundado, la flor se cierra y se marchita. Sólo ha durado una noche.

Como hacen los agricultores sudamericanos, Jaume corta la flor marchita y deja sólo el ovario, que irá engordando hasta transformarse en un fruto amarillo.

Unos meses después el fruto ha engordado y ya empieza a amarillear. Durante el proceso de maduración las espinas como agujas impiden que los animales frugívoros se coman el fruto.

En cuanto el fruto alcanza el punto óptimo de maduración se vuelve intensamente amarillo y las espinas se desprenden fácilmente, para facilitar así que las aves y murciélagos frugívoros se lo coman y dispersen sus semillas con sus deyecciones lo más lejos posible de la planta madre.

La pulpa es blanco-grisácea y translúcida y contiene numerosas semillas negras.

Corte longitudinal de la pitahaya colombiana de cuyas semillas proceden las plantas de Jaume y Matilde.

La pulpa es dulce y gelatinosa con un sabor muy suave y refrescante.

Todas las pitahayas, de las que existen numerosas especies, son originarias de Centro y Sudamérica. Su cultivo se ha extendido a todas las regiones del mundo con un clima tropical no excesivamente caluroso. En Asia se cultiva principalmente la pitahaya de frutos rojos.

En los mercados de Europa y Norteamérica las pitahayas se cotizan a elevados precios, por lo que es previsible que muchos agricultores americanos, asiáticos y del África tropical se animen a cultivar este delicioso cactus. También en el Mediterráneo se intenta su cultivo en invernaderos, como en Israel, costa tropical andaluza, paises norteafricanos y ahora también en Mallorca, en el fantástico huerto-jardín de Jaume y Matilde.